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Mostrando entradas con la etiqueta cadáveres. Mostrar todas las entradas
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2 de agosto de 2023

lp--Cadáveres y experiencia--ic

No hay tragedia en el árbol tumbado por el viento. Incluso es motivo de alegría por su leña.

Con los seres humanos anónimos ocurre lo mismo, por el espacio libre que dejan.

Los árboles no lloran por sus muertos y los humanos se angustian porque el cadáver les recuerda cuál es su destino final. Los hay que lloran por perder a un ser amado; pero la práctica es que la indiferencia es una absoluta mayoría; la vida es corta y solo los estafadores y maníacos sienten dolor por cada humano muerto en el mundo. Son los únicos que tienen tiempo para las indiferentes muertes.

Los antílopes no lloran por el que devoran los leones a pocos metros de donde pastan y no hay nada que reprochar.

El mundo gira a la misma velocidad cuando muere un árbol, un humano o un amor.

Los amores muertos no dejan residuos y sus vapores no afectan más que a los amantes, es una tragedia íntima que todo ajeno ignora y de poco alcance radiactivo, no más de tres o cuatro centímetros desde la piel.

No hay responsos por los árboles, humanos y amores muertos, no para todos los cadáveres. Solo puedes sinceramente, observar los restos y las tristezas que evaporan y razonar que no es tu momento.

Que ya lloraste a los que debías y que la vida es una mecha rápida e imprevisible.

Podría ser amable y desearle buen viaje al árbol caído (como el ángel…); pero no pide ni necesita hipocresías.

No puedo regalar un tiempo que se me escurre rápido entre los dedos.

No pierdo el tiempo con los muertos porque son demasiados y no todos fueron buena gente cuando respiraban.

Soy selectivo.

Existentes ciertas insensibilidades que se desarrollan con la praxis vital, herramientas necesarias para que los forenses puedan hacer su trabajo relajadamente.

Y para que yo la siga amando sobre todos los cadáveres de La Tierra.

Así que cierro los ojos ante la repentina ráfaga de aire fresco que relaja mi piel y el tabaco templa mis pulmones rudos y experimentados.

Buen viaje, arbolito.

Tampoco cuesta tanto saludar a los muertos si te apetece cuando nadie te ve.

Y podría sonar Spiegel im Spiegel es un buen momento; pero nada es perfecto.



Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

2 de octubre de 2022

lp--Botas mojadas y pies secos--ic


Vivir es absurdo, todo es lo que no parece.

Y al final sí era lo que parecía.

Te das cuenta demasiado tarde de que la envidia, la ambición y la falta de inteligencia son tan grandes, que no tienes esperanza de sobrevivir al enemigo: la humanidad.

Es inabarcable, incuantificable la sordidez y mezquindad humanas.

Por esto no me fío de la sequedad de los pies, aunque los sienta calientes. Será por infección, por fiebre.

Es de una magnitud tal la vileza y cobardía que ni siquiera la imaginación podía prever semejante estercolero de humanos que se ha formado, cada escarabajo da vueltas a su bola de excrementos y son felices así.

La única lógica que existe es vida-muerte. Afortunadamente todos mueren, aunque tarados y ambiciosos, mucho más tarde que la gente que sirve para algo y se le puede tener aprecio. Al menos un sincero respeto.

La capa sólida que piso, la de La Tierra, flota sobre una compota formada por todos los cadáveres de la historia y excrementos amasada con agua y orina. Por eso hay terremotos, porque esa podredumbre se agita y rompe la tierra.

Hay tantos cadáveres enterrados que empieza a rezumar el infecto veneno al exterior.

Lo que está podrido en vida, es podrido al cuadrado como cadáver. Y así no hay quien mantenga los pies secos.

De hecho, me da asco que las botas estén mojadas y envuelvan irremediablemente los pies.

Existe el arte y la literatura para crear mundos y situaciones, sino mejores, más intensas para combatir esta mezquindad estranguladora que pudre los pies y el alma, si existe semejante vapor. Soñé que una vagina me arrancaba la polla con sus dientes, luego quise meter la lengua porque estaba muy caliente y me arrancó la lengua y los labios… No olvidaré aquella intensidad que no existe en ningún lugar del universo más que en mí mismo. Soñé que mi padre muerto estaba cansado de verme en los sueños y me despreciaba con gesto evidente. Lo creí, y me esforcé en no soñar con los muertos por mucho que los amara.

La podredumbre sobre la que flotamos no es intensa, es de una devastadora mediocridad y previsibilidad.

El planeta es una fosa séptica llena de cadáveres y rebosa. Al mundo le faltará tiempo para convertir todos esos miasmas en combustible fósil; porque la especie humana si no ha muerto, agoniza. Está perdiendo la capacidad de ser individuo creador y el coraje para juzgar y equivocarse. Y por ello perderá el uso de la razón.

Ya se puede afirmar que la masa humana es una cosa híbrida entre insecto y mamífero con la habilidad de votar al criminal o imbécil que más aparece en la televisión y en las pantallas de sus móviles.

Por cerdo que sea.

Es mentira, no tengo los pies secos, están tan mojados que siento el frío pudriéndome las arterias y el tuétano de los huesos, como una baba invasora. Y como eufemismo le llaman tumor, cáncer, condrosarcoma, osteosarcoma, mierda en bote…

Todo es lo que parece, no hay sorpresa.

Todo lo sabía, no ha habido suerte.

Ni magia.

Ni ilusión alguna.

Las botas están tan mojadas como mis pies.

Qué desolación de realidad…




Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.


30 de marzo de 2022

¡Oh, Aniquilación!


Te necesitamos, te extrañamos.

Queremos que te reflejes en charcos de sangre estrangulando la risa idiota, el gimoteo cobarde.

Sentada con tus patas abiertas sobre el lomo de un cadáver humano. Reptando sobre los casquillos humeantes de las balas disparadas.

En la pantalla rota salpicada de carne cruda de un teléfono.

En un televisor muerto que ciego refleja pedazos humanos.

Te quiero ver en la ira que ilumina el rostro del hombre que mata, en la risa del piloto que deja caer sus bombas sobre ellos, los otros, los que no quiero. Y sobre mí.

En el llanto ensangrentado de los que ahora gimen infantilmente, mientras fumo.

En las bocas de quienes hambrientos, devoran ratas apenas muertas y trozos de carne corrupta de un cadáver sin rostro.

Indecente y translúcida, cubierta con jirones de gasas sucias de sangre y pus que dejan caer los médicos como serpentinas sin alegría.

Necesito ¡oh, Aniquilación!, que incineres la banalidad y a los adultos aniñados.

Necesito ¡oh, Aniquilación!, la paz de una palabra grave, seria como un filo quirúrgico. El placer de un pensamiento pornográfico y su palabra sucia. Gozar de una violencia liberadora al fin, de la libertad, la puta libertad de mi pensamiento desinhibido.

Necesito que me saques de encima esta masa amorfa que intenta infectar mi razón de ella misma.

¡Oh, Aniquilación! Te siento tan cerca que desespero.



Iconoclasta

4 de julio de 2021

Una tristeza en el bosque


Me he metido tan adentro del planeta en soledad, que en la lejanía podía ver donde habito.

Y es muy lejos, ha sido mucho caminar.

Me envanece ser una bestia con tamaño radio de acción y la fuerza para recorrerlo y morir entre tantos kilómetros de bosque y montaña.

El horizonte más hermoso que existe: un mar de montañas…

En realidad es agotador; pero fumo desde la cima observando mi reino, e irremediablemente se me pone dura (la polla).

Soy incorregible, no puedo ser de otra forma: hombre y bestia. Y así ejerzo, aunque duela, aunque joda.

En lugar de admirar escaparates, mostradores de grandes almacenes, pensar en coches, o tomar algo en la comodidad de un bar; simplemente vivo y padezco la naturaleza.

Nací irreductible, jamás me integré donde me obligaron a crecer.

Y lo he hecho bien, me siento bien aquí y ahora.

Me gusta sudar y echar el humo del tabaco hacia aquello tan lejano allá abajo.

Me la pone dura.

Otra vez…

No es alarde, es biología y vicio.

Los párpados escaldados por el sudor hacen mi mirada hosca y sin embargo, observo todo con ilusión contenida.

He visto una serpiente cubierta de rombos verdes y una fina cola como un látigo esmeralda ocultarse en la fronda.

A una comadreja preciosa pensar si subir o bajar de donde se hallaba. Ha bajado, la muy holgazana.

He oído al pájaro picotear furioso un árbol y los excrementos aún humeantes de un animal que ignoro (no era yo, lo juro).

Un jabalí ha arrancado un gran trozo de musgo que ha caído en el camino, se escondía de mí, bosque adentro y arriba.

Lo maravilloso del bosque, es que no ves la vida que contiene; mas la sientes como una profunda y atávica emoción.

Y lo triste del bosque es que no puedes evitar ver sus grandes y pequeños cadáveres.

También pienso que si tuviera un infarto aquí y ahora, dejaría otro cadáver más.

Y sería más digno que morir donde habito.

Quiero ser una tristeza en el bosque y no una mediocridad en el tanatorio.

Así que cuando intuya que voy a morir (esas cosas se saben de una forma natural, no requiere instrucciones, solo valor y decisión), cogeré mi mochila cargada con tabaco, mis prismáticos, mi cámara de fotos, mi navaja, mi pluma y mi cuaderno.

No necesitaré todo eso (el tabaco sí); pero me da paz cargar con ello.

Nunca he sido perezoso. Solo reacio a obedecer de mierda a nadie.

Y caminaré montaña arriba hasta donde muera.

Unas oscuras nubes aportan un repentino aire fresco a este día de julio, el mes más hijoputa del año. Y se me cierran un poco los ojos como si fuera una caricia.

Vuelvo a pensar que es tan buen momento como otro cualquiera para morir ahora. Lo tengo todo a mano para morir bien y sereno.

Ya verás… Cuando sienta que se me raja el corazón, no me dará tiempo ni a meter la navaja en la mochila. La vida es muy puta con sus jugadas y bromas.

No creo en los malos presagios de un cielo oscuro, porque el cielo oscuro es lo más bonito. Sin embargo sí pienso en una muerte digna tras una vida que me han obligado a vivir indignamente.

Y mira por donde… Ahora me saco la polla y meo, hacia allá abajo donde he vivido la indignidad.

Todo cuadra…

Pequeños rencores que no hacen daño a nadie (desafortunadamente); pero me la ponen dura (la polla).

Debería morir ahora, coño.

Quiero ser un cadáver del bosque y no una rata muerta en una cloaca excrementicia.

Seré romántico: Que Dios o el Diablo, si existieran; aquí y ahora me den muerte.

Pues mierda, no existen o no quieren. Bueno, al fin y al cabo siempre he sido un ateo blasfemo, si alguna vez hubieran existido o existieran me la tendrían jurada.

¡Joder! Ahora tengo que volver a caminar todos esos kilómetros.

Como me maten cuando llegue a casa, me cagaré en la puta que los parió.





Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.


9 de diciembre de 2019

Dulces días de vapor


Los días brumosos ostentan una dulzura que los nítidos desconocen.
La niebla dulcifica la vida y la muerte, provocando cierta ternura hacia los animales peludos y las aves. Porque ellos no tienen la culpa de nada de lo malo que ocurre.
Sobre todo, la niebla amortigua el ruido idiota de las voces humanas, evocando así tiempos de pasadas ignorancias.
Aquellos misterios falsos que daban a la vida humana un interés que jamás ha tenido. Es bonita la imaginación que se teje entre las bajas nubes, la de los cuentos y leyendas de magia, monstruos, terror y heroicidades. Hace la vida menos horrible.
Y es excusable la mentira cuando no resta valor y dignidad.
Sueño con los ojos abiertos fijos en las volutas de vapor, que la niebla es veneno que corroe todo lo que odio, lo que me disgusta, lo que no pedí.
Imagino que es vapor de cadáveres y sonrío ante la desesperación de la angustia que sufren los vivos que los respiran. Enciendo un cigarrillo para que la niebla dure más tiempo y me pregunto de una forma casual, cuando seré vapor.
Solo es una cuestión metafísica, sin más consecuencia que la curiosidad, no tengo prisa por morir.
Al menos hoy, con toda esta brumosa magia que me rodea y aspiro.





Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

8 de noviembre de 2012

Necroasistente




Está tendido en la acera, boca arriba, su cabeza ha golpeado contra el bordillo al caer con una arteria que se ha roto en su cerebro por culpa de una genética defectuosa. La cucaracha le rinde honores untando con repugnante baba sus labios ya púrpuras.
No hay nada sugerente ni misterioso en la muerte. Simplemente es algo sórdido y con escaso interés. Justo como siempre he pensado que es un cadáver tendido en la calle, aunque al contrario que con las vidas, no hay dos muertes iguales. Solo la muerte rompe con su magia durante un instante la monotonía de la vida.
Hay ronquidos, quejidos y estertores de todo tipo. Hasta los silencios de los que mueren son distintos en cada fiambre.
El último suspiro es lo que marca la diferencia entre los millones de vidas. Aunque este hecho, no llega ni siquiera a la categoría de consuelo. Una vida de mediocridad no puede ser indultada por una agonía singular que dura escasos segundos. La muerte no mejora la vida pasada de los cadáveres por mucho que sufran en sus últimos instantes de vida.
Enciendo un cigarrillo observando como el insecto explora su nariz. Reflexionando sobre la dignidad y la muerte.
No hay conclusión alguna porque no hay dignidad. La muerte y las cucarachas son indecorosas.
Un hombre se acerca para curiosear y se santigua.
— ¿Qué ha pasado?
— Es un muerto.
Expulso el humo por la nariz y la ceniza cae en el pecho del muerto. Sus brazos están extendidos en cruz, una pierna flexionada y otra recta. Como los cadáveres en el campo de batalla de las viejas películas de la segunda guerra mundial. Tampoco es que sea digno de fotografiarse, su barriga es antiestética, viste una camisa barata de color blanco crudo en cuyo bolsillo lleva un bolígrafo de usar y tirar y una cartera vieja. No es algo que aporte dramatismo.
— ¿Lo conocía?
— Os conozco a todos; pero no sé como os llamáis.
No me gusta conocer a nadie, pero es algo que ocurre. Miras un cadáver y sabes qué era, qué hacía y lo que no hacía. Luego lo imagino follando sin ninguna gracia y acaba todo mi interés por él. Follar no es una buena coreografía, nada parecido a las películas porno.
— ¿Ha avisado a la policía?
La cucaracha se ha metido por los labios entreabiertos del fiambre y asoma sus antenas como una repugnante exploradora.
Hay tanta dignidad en todo ello…
— A mí no me importa el muerto —le respondo sin apartar la vista de la cucaracha—, no es mío. Y no me molesta, algo más de mierda en la calle no importa.
— Es un ser humano —me reprocha.
“Es una mierda”, pienso y me esfuerzo porque mis labios no lo pronuncien.
Me encojo de hombros.
—Todos lo son.
— ¿A usted qué le pasa? —enojado saca su teléfono del bolsillo.
— El muerto es él, a mí no me pasa nada.
Y comienza a irritarme este tipo.
Las moscas se agolpan en la nariz y los ojos del muerto. Beben sus mocos y sus lágrimas.
Precioso.
—Quiero informar que hay un hombre muerto en la calle Tirso, a la altura de Espronceda.
— No. No hay señal de violencia, ni presenta heridas… Claro que está muerto, llevo aquí cinco minutos y no se ha movido ni ha respirado —vuelve a contestar nervioso a su interlocutor.
Pienso que hay funcionarios que aunque no estén muertos, tienen el cerebro lleno de cucarachas.
La gente muere, es algo normal y cotidiano. Que alguno quede tendido en la calle a las once de la mañana cuando el sol comienza a calentar, no es tan anómalo.
Es algo carente de atractivo que solo invita a la reflexión.
Lo único que sobresale de un cadáver es su extrema fealdad, su cuerpo átono y su piel cerúlea. Los cadáveres llevan el estigma de una vida mediocre y anodina y los únicos que tienen verdadero interés en ellos, son las ratas y los gusanos. La muerte al final, es el reflejo de la vida.
Es hipnótico ver un cuerpo vacío que ha llevado una vida tan triste. Un anónimo que no deja más que unos pocos recuerdos en un poco de gente, y será por muy poco tiempo.
No vale la pena la resurrección.
Ni volver a reencarnarse en otro cuerpo para vivir lo mismo.
—No, no lo conozco —contesta el calvo indignado—. Pensé que estarían más interesados en enviar rápidamente una ambulancia para hacerse cargo del cadáver.
Se guarda el teléfono cagándose en dios.
Un par de coches se han detenido para interesarse por el cuerpo tendido.
Aunque hay poco tráfico en esta calle, suenan varias bocinas de conductores impacientes.
— ¿Qué le pasa a este hombre? ¿Puedo ayudar en algo? —se ofrece un hombre tras salir apresuradamente de su coche.
Yo no respondo, me interesa más ver como evolucionan los insectos. A lo mejor podría ver su alma saliendo de su cuerpo para decirle: “Adiós, que te vaya bien. No vuelvas, no parece que hayas sido muy feliz. Piensa que vivir de nuevo sería para empeorar”.
—Me he encontrado a este hombre muerto y este señor mirándolo tranquilamente mientras fuma. Inaudito…
De la manga de mi camisa sale otra cucaracha que despliega sus élitros para hacer un vuelo feo y caótico de mi mano al rostro del cadáver.
Ahora son dos las cucarachas jugando al escondite en la nariz y en la boca.
Se agolpa más gente, se empuja para hacerse paso y poder curiosear el cadáver. Alguien dice conocerlo; por lo visto es un vecino que vive tres edificios atrás.
La hostia puta de interesante.
Yo le digo al putrefacto: “No se te ocurra resucitar, amigo, mira todas esas caras que te observan, no vale la pena volver”.
Por lo visto, su vejiga ya no retiene, se ha formado una mancha oscura en el pantalón y un pequeño charquito amarillo entre sus piernas.
Tampoco el esfínter retiene nada y se están vaciando los intestinos, dada la peste que parece flotar ahora entre la gente apiñada.
Tuve un tío que al morir, se cagó también y además con un ruido como a tela rasgada. A mí me dio un poco de risa; pero mi tía vomitó.
Parece ser que cuando te mueres no tienes otra cosa mejor que hacer.
No hay muerte digna. Y vidas, muy pocas que sean merecedoras de repetirse.
Para conseguir algo de dignidad deberíamos llevar una lavativa en el bolsillo y que el cura, en lugar de la extremaunción y la absolución, nos haga un buen lavado de intestinos a fin y efecto de mejorar la imagen del finado u occiso.
Se me escapa la risa y la chusma piensa que estoy histérico por la visión del muerto.
Si hubiera estado solo, habría orinado en la cara del difunto para que su alma mortal y efímera se convenciera de que la vida es una mierda.
Me largo, este despojo no tiene nada que contarme ya y me he aburrido.
Hay un programa especial en la televisión dedicado a las aventuras de Epi y Blas en Barrio Sésamo, mi episodio favorito es: Diferencia entre vivo y muerto.
Mola.
No importo nada y nadie me presta atención cuando empujo los cuerpos vivos para salir del corrillo.
Yo tampoco le presto demasiada atención a la humanidad. Solo que yo lo hago a conciencia; ellos no saben que ignoran, simplemente se mueven como los animales, por algún instinto. Posiblemente el mismo que les hace rezar y creer en cosas extraordinarias o les hace follar para reproducirse sin tener la suficiente cultura o una buena economía.
Padres y madres lo son los puercos también.
“Mierda, el cadáver apesta siempre menos que los que le rodean”. Me lo apunto en mi libro de citas.
Que se queden ahí todos los curiosos. A mí me aburren tanto los cadáveres como los vivos. Me da dolor de cabeza tanta vulgaridad.
Si cayeran ahora todos muertos, me importaría lo mismo que el precio del kilo de algarrobas.
No hay nada más deprimente que encontrarse en la calle rodeado de gente cuando se está disfrutando de un muerto.
El muerto y yo estábamos tan bien… Todo se jode.
En casa estaré mejor, a salvo de encontrarme con vivos ajenos a mí.
— ¡Hola! ¡Ya estoy en casa!
— ¡Hola! —responde mi hijo desde su habitación, seguramente viendo videos en yutup— ¿Has encontrado muchos muertos hoy?
— Solo uno que ha congregado una manada de quince vivos.
— ¿Y no sientes cerca ningún cadáver más?
— Ninguno. ¿Y tú?
— He sentido a primera hora de la mañana la muerte del que tú has encontrado y nada más. Es muy aburrido.
Me acerco hasta su cuarto, en efecto se encuentra haciendo tareas del colegio y en el monitor hay un video de un grupo de rock que desconozco. Me siento en su cama encendiendo un cigarro.
— No te preocupes, con la entrada de la primavera mueren más. Ten paciencia.
Yo también era tan impaciente como él.
— ¿Y si muero yo? —hay un deje de tristeza en su voz.
— Evitaré que te entren cucarachas por la boca —intento bromear.
Hay un silencio tranquilo que no me apetece romper, mi hijo es el único vivo que soporto.
— Papá… ¿Aumenta la capacidad de encontrar muertos con la edad? Quiero decir, si hay un momento en el que todos los días tendremos que encontrar uno o dos en la ciudad.
— Con el tiempo solo se aprende a identificar mejor los mensajes sensoriales que nos indican donde se hallan los cadáveres solitarios. El número de muertos no varía, no tenemos nada que ver con su abundancia.
— ¿Llorarás por mí cuando muera? —ha dejado el bolígrafo en la mesa y se ha dado la vuelta hacia a mí para hacerme la pregunta.
— No.
— Yo por ti sí lloraré.
— Aún eres muy joven. Cuando yo también tenía catorce años, a veces lloraba a los muertos.
— ¿Siempre tenemos que buscar muertos para detenernos ante ellos y despreciarlos? ¿Y si un día no lo quiero hacer?
— Si un día no lo quieres hacer y puedes evitarlo, no lo hagas. No pasaría nada, pero está en nuestra naturaleza de necroasistentes. Al final uno siente la necesidad de cumplir su tarea. Somos una herramienta natural, hemos de evitar que las almas de esos que mueren solos se reencarnen. Tenemos que convencerlos de que su muerte es intrascendente, que no importan a nadie. Con ello nos aseguramos de que no quieran volver a vivir.
—Hay mucha gente en el planeta —continúo—  y aunque sean pocos  a los que podamos convencer, ayuda a mantener algo el equilibrio. ¡Ah! Y aunque no te gusten, las cucarachas son necesarias como golpe psicológico: cuando se les mete en la boca, suelen desechar la idea de reencarnarse. Siempre da asco ver el cuerpo recién abandonado con la boca llena de bichos.
— ¿A mamá la despreciaste al morir?
— No murió sola, estaba acompañada por ti cuando tenías cuatro años.
— ¿Y si hubiera estado sola?
— Le hubiera dicho que su vida era lo más importante para nosotros; pero habría convencido a su espíritu que era mejor no volver a vivir. Con el tiempo nos encontraríamos allá fuera del cuerpo, ya libres.
Mi hijo mira al suelo pensativo, está tranquilo.
—Le hubieras mentido…
— Sí, solo con tu madre y contigo puedo sentir la suficiente piedad como para mentir.
— No hay nada ¿verdad, papá? Cuando las almas salen del cuerpo, si no se reencarnan desaparecen.
— Desapareceremos —le contesto sin demora.
— A veces es todo tan vulgar…
Se parece tanto a mí…
— Vamos, te invito a pizza y después buscamos un buen cadáver de postre para denigrarlo. ¿Llevas suficientes cucarachas?
— ¡Qué asco…! Yo no voy a llevar nunca cucarachas, te aviso.
Me río de verdad, ahora sí, con él sí.
Se acabó la mediocridad por hoy.  Y los jodidos muertos y todos esos vivos…
Y aún así, espero con ansiedad encontrar otro fiambre al que menospreciar. Me gusta mi trabajo.
La necroasistencia no da mucho dinero; pero ayuda a desahogar la tensión nerviosa diaria.








Iconoclasta