Powered By Blogger
Mostrando entradas con la etiqueta abandono. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta abandono. Mostrar todas las entradas

11 de agosto de 2023

lp--La mujer infinita--ic

Llora perdida e irremediablemente ante el espejo del armario. Jaime se ha derrumbado en la cama aún vestido, el calor del verano y el dolor mudo de una hija ya definitivamente arrancada de sus vidas crean una atmósfera tan densa que los movimientos se dificultan y literalmente, sienten que respirar es una guerra.

Silvia se desprende del suéter oscuro ante el espejo; pero realmente observa angustiada un ataúd pequeño y blanco empujado con una pala a lo profundo del nicho por el albañil sepulturero. Y su alma emparedada con su hija allá adentro.

Está vacía de todo, lo dice su reflejo.

Las lágrimas corren porque se está licuando toda ella, sus tripas son un aceite caliente.

El dolor está allá dentro en la oscuridad del nicho que radia su mal a través del aire, como un cordón umbilical podrido. Su propio reflejo es una imagen subexpuesta, una mirada enferma de conjuntivitis.

Cuando los sepultureros sellaron la losa con el cemento, también oscurecieron la vida.

Se oscureció todo con un definitivo eclipse.

Jaime observa su espalda trémula, los tirantes del sujetador negro asemejan un arnés de seguridad para no caer en el abismo de ese llanto venenoso y quedo, de baja frecuencia que lo rompe todo, el ánimo y la cordura; como un terremoto.

Silvia es una mujer infinita, se enamoró de ella hace catorce años, ante su seguridad, su fortaleza de convicciones inquebrantables, de su infatigable lucha por vivir y disfrutar. De sus tacones que pisaban fuerte a pesar de ser agujas.

Es infinita porque se rehace de los golpes que le da la vida, porque es hermosa y nada le roba su brillo. Es infinita porque se erige de nuevo, reconfigurada ante una nueva situación. Está lejos de la perfección, pero ambos se han reído siempre de la perfección.

Él no es infinito, es un hombre con malas experiencias acumuladas, de un cultivado pesimismo surgido de más dolores que alegrías. De más luchas perdidas que ganadas.

Se siente, de una forma sucia, mediocre. Y ella, su presencia, su voz suave y sin titubeos, y su mirada que lo ama, lo liberan de su maldición cada día, a cada momento.

Evita era como su madre, con tan solo siete años pisaba fuerte con sus zapatillas de suela de lucecitas, jugando tan pequeña a ser coqueta. Evita sanaba su mediocridad, su existencia era la prueba misma de que no podía ser tan anodino si colaboró en crear esa hermosa criatura.

Siente que es el momento de largarse de aquí, de dejar de vivir y respirar mierda. Hace cuatro días, que perdió lo que más quería, lo que más podía doler, lo que más amaba.

Si hay un buen momento para que el corazón se rasgara, es ahora.

Un simple traspiés bajando por una escalera del colegio, derivó en un cuello roto. En un milisegundo murió, y con ella también Silvia y Jaime. Y toda esa tragedia ocurrió hace apenas un segundo, solo cuatro días.

Un jersey de cuello alto pretendía ocultar el obsceno bulto en el ataúd. No recuerda una imagen peor en su vida.

Los hijos se quedan con todo el amor y hacen de los progenitores socios de un negocio. Saben, al observar el bebé en sus brazos, que ya no serán lo que fueron antes del nacimiento, ni tras la muerte.

Ya no serán amantes, solo madre y padre.

Y por ello, Silvia es la mujer infinita, su heroína, su diosa. Sonríe invicta a pesar de perder cuando él blasfema fracasado. Y se ríe de las tonterías que se dicen del amor filial.

Debe hacer algo por ella, se ha quedado perdida frente al espejo, ha sido expulsada del mundo.

Se incorpora y se abraza a su espalda, ciñendo su cintura con los brazos, apoyando la frente en la oscura melena intenta dar consuelo al cuerpo que ha perdido el alma.

Busca a la mujer infinita, la conjura con una pena oculta a traición, por la espalda.

La frialdad de su silencio y su ausencia de ella misma contrasta con la calidez de la piel, su suavidad inalterable, sus hombros aterciopelados de un vello de melocotón.

Extiende las manos en el vientre, porque muchas veces anida en él el dolor y el miedo, y siente una leve contracción en ella, como si empezara a surgir de la oscuridad.

El pene se ha endurecido en el pantalón y presiona en sus nalgas buscando cobijo y roce en la liviana falda que cubre su más íntima belleza.

Silvia responde con un pequeño espasmo agitando las nalgas levemente.

Jaime siente que se rebela en su mente un ser primitivo combatiendo por ocupar su atávico lugar en la luz ajeno a toda tristeza. El cerebro es un llanto y el cuerpo se ha desprendido del alma. Con el dolor ha perdido el control de su humanidad.

Sus manos se meten en el elástico de las bragas que encuentran el monte del Venus. Acariciando el vello rizado, sus dedos se acercan al vértice de los labios. Silvia entreabre la boca en un suspiro que no surge con la mirada aun fija en el ataúd.

Y sus piernas también se separan aunque no quiera.

El pene palpita presionado contra la ropa y las nalgas voluptuosas.

Ella llora un dolor e inevitablemente su sexo se derrama cálidamente en las manos de lo que un día fue su amante y hoy es padre muerto de una hija muerta.

El presiona el clítoris duro y resbaladizo, los dedos se deslizan vagina adentro sin obstáculo, con obsceno consentimiento sin sopesar amor, muerte, dolor o alegría.

Y ella gime, por primera vez en todo el día su boca emite un sonido y siente los pezones contraídos. Tiene cuerpo…

Jaime le arranca el sostén y sus pechos gravitan violentamente pesados, agitados por una respiración extrañamente agitada de ansia y tristeza. Las grandes areolas están coronadas por dos puntos duros. Y una mano los oprime al límite del dolor.

–Eres mi amor infinito, ven  conmigo. Sé mi amante, follemos esta puta tristeza. Sé infinita mi amor…

Silvia cierra los ojos y su cabeza se ladea ofreciendo el cuello a Drácula. Y es besada.

Los humores sexuales de su coño amalgaman ambas carnes, los dedos penetrándola ya no se distinguen de su propia carne y el placer animal irrumpe alejando el ataúd y la inmensa pena lejos de ellos.

Lejos de su coño.

Sus rodillas se doblan con el orgasmo, él la sujeta manteniendo la presión firme en su sexo para recibir cada espasmo, cada contracción. Ella gime y llora en un descontrolado caos que la hace sentirse loca.

Jaime la conduce a la cama, acostándose a su lado. Siente el semen enfriarse en los calzoncillos, mojando el pantalón. Ha eyaculado no sabe en qué momento.

Con un brazo le envuelve el hombro y el pecho. Se encuentra otra vez a su espalda. Le gustaría mirarla a los ojos y besarlos. Sus ojos infinitos…

La horizontalidad parece apaciguar la gravedad y el dolor de la sangre rugiendo vida.

Con el paso de los minutos sus respiraciones se tornan silenciosas y tranquilas.

–Eres mi infinito, mi universo –le susurra como una nana. –Sé fuerte amor, no te rindas.

–Eres un cerdo. Hijo de puta. Me has arrebatado mi pena, mi dolor. Me has obligado a traicionar a Evita follando, haciendo que me corriera. Cerdo, cerdo, cerdo… No se folla cuando entierras a tu hija. ¡Cerdo! ¡Cerdo! ¡Cerdo!

Jaime retira el brazo de su hombro y se levanta de la cama.

Es el fin.

Es pura disciplina, lo que está mal no se debe prolongar. Porque cada día que pasa, la vida es más corta.

Ya no es la mujer infinita, aquella cosa es una mediocridad, una sucia bola de prejuicios. La mujer infinita murió con el último “¡Cerdo!”. Ahora grita histérica en la cama “¡Mi niña, mi niña! Nos has ensuciado, cabrón.”.

Evoca a Evita y concluye que esa mediocridad que llora en la cama con hipocresía tras haberse corrido, no enturbiará ni un instante de aquellos siete años de vida de su pequeña de zapatillas luminosas. No le daría la más mínima oportunidad de amargar o ensuciar aquellos años pasados.

Recuerda el velatorio de su padre, durante la cena su tío (hermano de su padre) contó un chiste, ya no se acuerda cómo era. Jamás pudo olvidar aquella risa liberadora. Todos reían con el muerto aún en la habitación, incluso mamá.

Cómo lloró de risa, creía no poder parar…

¡Qué falta le hacía! No lo supo hasta que lloró con histeria la gracia y el dolor. Todos entre risas, agradecieron silenciosamente a su tío el chiste que rompería aquella tristeza que estaba asfixiando a la vida misma. Fue mágico, fue el momento más bonito que vivió porque las risas eran para su padre, por su padre, por amor puro. Nadie pidió respeto o sintió ofensa.

Jaime coge la cartera y el teléfono de la mesita de noche y tira las llaves de casa sobre la cama.

Antes de marchar se lava en la fregadera de la cocina las manos que huelen a coño, mediocridad, orina y pegajosos humores sexuales. Y a desengaño…

Siente los años perdidos embaucado por ese gran error de la mujer infinita, frotando las manos más de lo necesario.

Cierra suavemente la puerta de casa enterrando una época de su vida.

Descendiendo por las escaleras del bloque de apartamentos, imagina la posibilidad de que Silvia lo denuncie por violación o lo que quiera; porque ya no sabe qué es esa cosa que llora más que por su hija, por haberse corrido. Por haber faltado a alguna ley de mierda, a un puto mandamiento divino. A una piara de fariseos que obedecen como perros.

Su llanto lejano lo encoleriza y apresura el paso para alejarse de ella.

Para siempre, sin arrepentimientos, sin más palabras.

------

Epílogo de La vida agotada de un apátrida social (autobiografía de Jaime S. P.).

Breves pensamientos, como luciérnagas titilando entre la fronda oscura que aún hoy al final de mis días, dan claridad y conclusión al fin de mis días. Y mueven mis manos para escribir de nuevo las mismas percepciones y certezas; con otras comas, con otros puntos.

Con otra edad... Una palabra siempre es distinta, por igual que se escriba, en el tiempo.

Pensamientos que quedaron vivos, porque estaban firmemente intrincados en el recuerdo de mi pequeña Evita. No puedo olvidar sus zapatillas luminosas y su aterrador jersey de cuello alto.

Cuando aquella mujer era infinita pensaba: No pretendo vivir una vida feliz con ella, no soy un niño. Quiero vivirlo todo, todo lo malo con ella; porque es de lo que más hay.

De una forma natural, por mi constante cercanía a la muerte, sabía por simple deducción que los orgasmos tristes trascienden más allá del dolor de la muerte y jamás olvidarás que abofeteaste a la parca con un acto obsceno de amor y piedad.

Me encanta imaginar a un hipotético dios mirando con vergüenza nuestro acto sexual de muerte y dolor usando los medios que él creó para evitar los males que también creó.

Un follar agónico hará del caos del dolor un instante de luz, de claridad en un túnel devorador. Follar es encontrarnos los dos en el mismo abismo insondable, follar precipitándonos a las fauces de la muerte…

La he tenido entre mis brazos con indiferencia, como si no existiéramos ninguno de los dos frente al espejo. Y en un momento inconcreto sus muslos se han separado permitiendo que mi mano atenazara su coño hasta exprimir su humedad.

Y sus pezones se han endurecido, mirándose ante el espejo incrédula y lejana.

Parafraseando al cura, también prometí ser obsceno, tanto en la desdicha como en la alegría.

Y pudo ser realmente una mujer infinita, no pudo negar sus deseos más profundos y atávicos, los que nos llevan a la animalidad (un privilegio embarazoso) y desdeñan dolores que van contra la vida misma.

Somos dos seres atávicos, primigenios conjurando la oscuridad salvaje llena de horrores. A pesar de la muerte que hace ruidos a nuestros alrededor, sabemos que follar es luchar contra ella.

Te juro ser obsceno en la felicidad y la aflicción.

Los orgasmos tristes y suicidas son embates lentos que arrastran las cálidas lágrimas hacia las entrañas ateridas de frialdad. Se crean con el primer abrazo de la piedad y la compasión para dar paso al valor primitivo con el que no somos conscientes de que moriremos.

He visto, en velatorios, a los deudos reír ante un chiste con una desoladora tristeza, intentando sacarse de encima ese cáncer de la pérdida que hace la piel gris; una ceniza fría. Yo reí, lloré de la risa con el cadáver de mi padre en la habitación. Fui tan libre en aquel momento, como jamás he vuelto a serlo.

Es una cura, una terapia no escrita. Una obscenidad que va contra la moralidad de la humanidad como especie vacuna herbívora.

El sexo triste es una lucha del ser humano sin amos ni dioses en la libertad absoluta.

Si alguien supiera que hemos follado tristemente el mismo día de la sepultura de nuestra hija, se escandalizaría: ¿Cómo han sido capaces? Son como bestias.

Somos bestias y no consideramos la muerte o los dioses como un cercado a nuestra existencia.

Si la tristeza se come el placer, habremos perdido la gracia para siempre. El único placer verdadero que no consiste en poder y riqueza, en humillación y servilismo.

Sin placer seremos siempre un patético fracaso humano.

Y nos alejaremos el uno del otro.

Los muertos y las enfermedades no prohíben el placer, ni las flores en las tumbas.

Puedes correrte, debes hacerlo para no ser derrotados los dos.

Ella lloraba mientras mi mano dentro de sus bragas acariciaba la vagina anegada de un deseo que su mente no sentía.

Me gritó agresivamente que era asqueroso lo que habíamos hecho...

Era asqueroso yo.

Sintió asco de sí misma de estar mojada.

Me llamó cerdo. Y también supe que no habría reído en aquel velatorio dejándose llevar por el deseo de erradicar la tristeza de su ánimo, como algo instintivo, como el arma más poderosa de supervivencia.

No era una mujer infinita, es una mediocridad como yo; pero adoctrinada en sociedad.

La comprendí en el acto. Y allí en aquel instante escapé de su ira y su tormento, para que se hundiera sola en su tristeza. En el metro, camino de un hotel, le lloré a mi pequeña Evita que habíamos fracasado, que papá y mamá habían dejado de existir con ella.

No podía perder los bellos momentos de mi vida por un prejuicio, por una culpa inculcada. No pudriría la felicidad de haber sentido, durante siete años, la vida de Silvia crecer a mi alrededor, llenándome.

Los cadáveres me han enseñado que es más fuerte la muerte que el amor. No puedo permitirme luchar sin esperanza y ella la había perdido, por un instante su deseo cedió pero su pudor inducido venció, nos venció a los dos.

El amor no puede luchar contra la firme decisión de la tristeza de negar la propia vida por una cuestión moral.

Y el amor tampoco sobrevive sin el sexo, el amor sin sexo es un amor paternal vacío y ridículo que jamás quisiera imitar con la mujer que amo.

Tengo un hijo de treinta y cinco años con otra mujer. No sé qué fue de Silvia, ni en el trámite de divorcio nos encontramos. No he sentido jamás curiosidad por su vida, lo último que recuerdo de ella es su mirada agresiva y escandalizada. Y las bragas mojadas.

Y con un fogonazo de certeza concluí que ya no podría amarla por mucho tiempo que pasara.

Que nuestro follar sería siempre un acto ganadero.

Renegó del sexo, maldijo el orgasmo a pesar de que su cuerpo y su instinto primitivo la arrastró a él.

Su moral era superior a la necesidad y al amor mismo.

Dejó que su coño se humedeciera con mi mano.

Y también se llamó cerda a sí misma.

No estaba en shock, su sexo se mojó. No impidió que metiera la mano en sus bragas.

Y tuvo el peor pensamiento del mundo: yo estaba ensuciando y ofendiendo el recuerdo de su hija.

No era la mujer infinita capaz de amar, sentir, llorar, disfrutar o reír el orgasmo en la dicha y en la tristeza.

Me convertí en su monstruo por unos segundos. Los que tardé en escapar de aquel hogar que ya no era mío.

Somos seres que unos se adaptan y otros conservamos celosamente nuestra esencia humana primitiva, la que pone las cosas en su lugar. A los muertos enterrados, a los vivos respirando y sufriendo de nuevo.

Nunca me preocupó estar equivocado, sólo que mi pensamiento tuviera límites.

A estas alturas, ya viejo, pocas muertes tendré que conocer excepto la mía. Y eso bien vale un cerrar de ojos esperanzado.



Iconoclasta


11 de julio de 2023

lp--Abandonados, no queda esperanza--ic

Perdimos la esperanza.

Desde hace ya muchos tristes años, no hay posibilidad de cambio y liberación con la muerte de los poderosos, con los mal llamados “magnicidios”, porque no tienen nada de magnos aquellas cosas asesinadas.

Ahora nadie los mata.

Estamos abandonados.

Nadie asesina a un poderoso.

Los asesinos se han prostituido al poder, han ofrecido sus culos a políticos, burócratas y sacerdotes del Estado por unos fajos de billetes.

¡Qué tristeza! Ya no se ejecuta a presidentes, ministros o generales.

Los asesinos son ahora putas matando a gente que no importa, gente fácil.

El siglo XXI se ha convertido en la era más triste y sin esperanza para la libertad y la nobleza.

Los poderosos ya no tienen depredadores y viven tantos y tantos años…

Tan malos y tan longevos.

La desesperanza hace de la vida caminar por un denso barrizal de miseria, sin ilusión alguna.

Y mientras tanto, los poderosos demasiado vivos esnifan la coca que sus putas asesinos les proporcionan en sus despachos presidenciales e institucionales.

Son tiempos sin esperanza.

Nadie los mata ya.

No habrá cambios hacia la libertad y el conocimiento.

Estamos en la Segunda Edad Media Mundial.

Pobres de nosotros.

Nadie asesina a un jerarca.

Estamos perdidos.

Acabados.



Iconoclasta

2 de enero de 2022

El muñeco de la bola


Soy el muñeco que vive dentro de una bola de cristal, que por alguna maldición no muere nunca, mi diáfana prisión es eterna. Soy un maniquí en el escaparate de una tienda de un pueblo abandonado.

A menudo agitan la bola y a mí, su contenido. Y en lugar de formarse nieve o espuma, el agua se tiñe de rojo, porque cuando duele la belleza que hay al otro lado, o en la periferia, un centímetro más allá del vidrio que me encierra, solo se lloran los primeros veinte años. Luego se padecen hemorragias.

Y es lógico, porque en el agua las lágrimas no se ven, no las aprecia nadie. No sirve de nada llorar si no podemos conmover a nadie.

Ni siquiera la piel de mi rostro las siente ya.

Las lágrimas son diluidas por el agua sin finalidad alguna.

He llevado tanto tiempo aquí llorando para nada, que es lógico que buscara otras vías de expresión a nadie.

Nadie sabe, no importa el muñeco de la bola barata de cristal.

Nadie sabe que bajo mi cabello, hay heridas abiertas por tantos golpes, por tantos zarandeos. Y lloro sangre por esas agallas que tienen la función de expulsar toda esta desesperación de una forma llamativa; pero quien me agita, solo piensa que algo está estropeado en la pintura que me recubre. Soy un viejo objeto.

Una cosa podrida que flota en el agua.

Lo soy... Demasiado viejo, demasiada vida, demasiada sangre que a nadie llega. A nadie emociona.

Y cuando la desesperación es insoportable y nadie observa, golpeo la cabeza contra el cristal, hasta que dos gotas de sangre salen de mi nariz y crean una efímera rama de coral hemoglobínico que flota largo tiempo tomando formas caprichosas a medida que se diluye.

Soy un caleidoscopio sangrante y nadie sabe.

Quiero morir ya, porque todo lo que amo y deseo, está al otro lado y si tras toda esta vida de golpear el vidrio no he conseguido salir, ya no quiero hacerlo. Lo único que me espera es la muerte, fuera de la hermeticidad el sol y el aire me destruirán en el acto.

A pesar del agua, me he secado y me hecho quebradizo.

Todo se ha hecho hermoso, todo lo que veo allá, un centímetro más lejos, se conserva colorido, mientras en mi cabeza solo hay llagas que sangran la profunda depresión de un encierro sin esperanza.



Iconoclasta

18 de diciembre de 2021

Quiero irme de aquí


Tengo dos lágrimas que no se derraman y empañan mi visión, la periférica y la interior. Emborronan el mundo, no me gusta mirarlo a través de la tristeza.
Y ahogan mi entereza…
Soy un mierda que llora un dolor negro como una gangrena.
Estoy desesperado.
¿Qué pasa conmigo hoy?
Una gran lágrima en el corazón impide que la sangre bombee y se atasca en mi pecho. Y gimo el dolor en el rincón más oscuro de la casa.
Y el aire no es suficiente en mis pulmones.
Y jadeo grandes bocanadas de tristeza entre llanto y mocos.
No quiero que maten las cosas bellas como los seres pequeños que apenas han vivido, los seres grandes que esplenden belleza a través de su mirada y sus palabras doradas de amor y dulzura.
Solo mueren las buenas cosas y me duele el cuerpo por dentro, donde no puedo curar la llaga.
¡Lo malo no muere nunca!
A veces, sin ser necesario, mi memoria evoca las bellas cosas que murieron, seres por los que daría lo que me queda de vida por sentirlos de nuevo. Y me llevo las manos a la cara para que nadie me vea…
Duele infinito. La memoria clava sin miramientos un puñal oxidado y tóxico.
Duele y siento vergüenza de mi llanto.
Y quisiera no ser más.
Dejar de existir yo y mi tristeza que duele años luz.
¿Viaja el dolor por el espacio?
Y mis cosas bellas ¿están allá? ¿adónde van?
¿Por qué me dejaron solo aquí? Fue ilegal…
Lo malo no muere nunca y si no doliera tanto, si las putas lágrimas me dejaran, estaría furioso.
Por favor, quiero irme ya de aquí.
Ya es suficiente ¿no?
No existir…



Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

10 de enero de 2019

El alma de las cosas


El gato corretea eufórico por el estrecho balcón y él, divertido, se enciende un cigarro; porque hay que fumar para calentar los pulmones en una mañana tan fría.
Sonríe torcidamente, porque cuando hace calor también fuma.
En un momento de silencio escucha los sonidos que hace el aire con las cosas y observa la vieja fachada frente a él, una galería ruinosa que parece gemir su mísera antigüedad agitando un viejo plástico hecho jirones.
El gato observa una paloma con ansia predadora y él cree que el velo mísero que agita el aire es un alma en pena.
Todos tenemos cosas que hacer, que pensar.
Las almas de las cosas son esos velos rasgados azotados por el aire como festones de la decadencia, ignominia, vejez, abandono y muerte.
Velos de plásticos quemados por el tiempo y lonas corruptas que hacen sórdidos ruidos con sus sacudidas agónicas.
Ha habido muertes tras los velos de la miseria. Lo sabe porque al crepitar, lloran las vidas que hubo dentro hace eones ya.
Y piensa:

Yo soy cosa, lo sé porque mi alma cruje igual cuando la azota el aire, lo siento hasta en el tuétano de los huesos.
Lo sé porque soy una ruina, algo ajeno a los que me rodean.
Y sé que soy cosa, porque no siento pudor alguno por ser un plástico rasgado.
Qué más da que fuera de puto oro y seda, si ya estoy muerto…
Decoraciones aparte, ser algo y trascender como sea, siempre está bien.

El gato se pone en pie sobre sus cuartos traseros y le roza las piernas con sus suaves patas: quiere jugar. Y seguramente no le gusta el rumbo del pensamiento de su compañero humano.
Da una última calada al cigarro y tira la colilla a la calle con desdén.
El pelaje del animal se agita lleno de vida y color.
Y se siente mejor.
Para celebrarlo, ya en el calor de la casa, enciende otro cigarro para quemar alguna tristeza, alguna melancolía.
Lanza la pelota con cascabel, el gato la caza al vuelo tras dos rebotes chocando sonoramente contra la puerta del salón.
No es precisamente un ser delicado… Y sonríe, esta vez bien.




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

24 de abril de 2015

Papeles y segundos


Escribo en papel sucio por tiempos y esfuerzos, como mi piel.

Y es porque tiendo (el papel) ha quedar abandonado en rincones por largos períodos de tiempo (el papel).

Las hojas de los árboles caen despacio y con ellas su propio tiempo.

Y  los segundos para mí son ráfagas de ametralladoras que parten el cuerpo en medio parpadeo.

Hay tiempos diferentes, cada cual tiene su medida para complicarlo todo.

Hay hojas (de árbol y papel) que tardan hasta veinte segundos en descender diez metros.

Yo tardaría dos segundos apenas, soy veloz (muriendo). Aunque a veces me da la impresión de tener el tiempo de los árboles, la muerte no llega.

Si estoy escondido en un cajón a salvo de ser usado, no puedo  caer.

Es curioso, el abandono da seguridad.

Solo que no dura más que un suspiro aliviado, siempre hay alguien dispuesto a curiosear, alguien que no soporta ver olvidados papeles (hombres) en cajones.

Siempre hay alguien excepcional que gusta de escribir en papeles (pieles) amarillentos.
Hay que dar las gracias para parecer educado.

¿Y si un día nadie abre el cajón de los papeles sucios? (se pregunta el papel. Yo no).
Entonces descansaremos más tiempo (se responde el papel). Morir lo define mejor (aclaro).

Aquí no hay dolor, no tenemos que caer ni caminar. Genial (respondo yo, el hombre).
La ocultación es protección, hay avestruces que lo demuestran.

Hay seres que mueren abandonados (hombres).
No importa, qué más da, siempre se muere (el papel amarillo se dobla sobre sí mismo incómodo, no es hombre; pero la muerte se contagia por medios desconocidos a todas las cosas).
Es triste.

¿Para quién?

...

Para nadie...

Qué rápido... Diez metros, dos segundos.

Somos profesionales (del abandono).

Sí (papel y hombre).









Iconoclasta

2 de abril de 2015

Las frías noches


Y llegó la noche con su manto negro y frío, empujándome a lo profundo de una caverna.
Como si una oscuridad pudiera cobijarme de otra oscuridad.
Soy una bestia sin cerebro.
Mi instinto no se equivoca, me protejo del frío que llega de las estrellas; las noches son frías sea invierno o verano. Es por ellas, por las estrellas que brillan como plata. Metales fríos que hienden la piel cuando estás solo. Cuando no hay otro calor cerca.
El cielo nocturno no es para mí. Es el privilegio de otros.
El firmamento es la cúpula que da abrigo a los enamorados, los demás somos ajenos.
Con ella las estrellas devolvían calidez y amparo. Siempre había un astro brillando entre el aire de nuestros labios cuando se aproximaban para el beso.
Hundo los dedos en mi cabello, algo corre por él. Lanzo un gruñido incómodo, aunque las chinches no prestan atención.
La soledad viaja más rápida que la luz hacia las estrellas, y éstas devuelven toda esa tristeza y añoranza en forma de flechas y lanzas que obligan a buscar protección en la cueva de la vergüenza y el desasosiego.
Como si el cielo se avergonzara de mí, pedradas al perro abandonado...
Me llevo a la boca un animal pequeño y crujiente que repta por mis piernas.
Soy el origen de los hombres, cuando la calidez llegaba de la piel aún ensangrentada de animales muertos que colgaban de los brazos tras la caza. Donde no había tiempo para el amor, solo para sobrevivir esa noche.
Es todo tan sencillo otra vez...
El frío y el peligro, la soledad y la oscuridad.
Y el amor tan lejano, tan imposible,  tan improbable. La paranoia de amar se convirtió en sangre y el deseo se hizo ocultación.
Soy una blasfemia para las noches estrelladas.
Hubo un tiempo para amar y hay un tiempo para esconderse.
Husmeo en el aire el aroma de alimañas y cubro mi cuerpo con la piel ensangrentada de dos perros que he matado, me arrastro hacia la grieta de una roca para ser oscuridad en la oscuridad.
Es la sangre al coagularse la que combate el frío del firmamento.
Y la profunda soledad de la caverna la que da el coraje y el valor que un día olvidé tener.
Dormito en un sueño inquieto.
Nunca debí haber sido racional.
Me masturbo con la mano encostrada de sangre seca y el placer se hace mortificación.
El frío se combate con indignidad y dolor, es la única forma, la única que conozco.









Iconoclasta