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19 de mayo de 2016

El sudor del dolor



No era una tarde calurosa, hoy era una tarde fresca, lluviosa.

Es imperdonable no acudir a las montañas cuando llueve desde un cielo que es plomo a punto de caer sobre mi cabeza.

Y he sudado como en los días más duros de agosto. El dolor... Todo era dolor y un clic en lo más profundo e inalcanzable del tobillo que está ligado a una tibia podrida. Un chasquido cuya frecuencia subía como una oruga devorando el ánimo excavando la carne casi muerta para convertirse al llegar a la rodilla, en un erizo metálico. Y de ahí radiaba rayos de dolor puro al fémur y a la pobre cadera que hacía lo imposible por arrastrar todo ese dolor y vencer la tentación de dejarse morir en un banco bajo la lluvia.

Un paso más, otro...

"No te preocupes, si se acaba la vida, se acaba el dolor. Es un buen trato, ¿no te parece?". Me decía a mí mismo.

Y como una revelación evoqué de ayer, la hermosa serpiente muerta en la vereda. Y me ha embargado una tristeza, una pena que no creí que tuviera fuerzas para sentir. Porque su ademán, su rostro era puro dolor.

Con su pequeña boca abierta luchando por respirar un poco más.

Un grito de dolor mudo.

Pobrecita... Tan sola muriendo.

Y esa insólita tristeza ha hecho del dolor algo lejano, como el espejismo en los ojos del sediento. Y he dejado de pertenecer a esta pierna podrida.

La visión se ha hecho borrosa y no podía relajar el ceño fruncido del fatigoso paso del dolor.

Me he visto avanzar a mí mismo por el páramo del dolor.

Era el protagonista de mi propio vía crucis. De mi calvario.

Sudaba bajo la lluvia, sudaba más que llovía. Soy fuerte para todo, hasta para hacer el dolor más doloroso.

Sale de tan adentro el dolor, que no hay consuelo en llevar la mano y aplicar ahí calor bendito. Es tocar un material artificial.

"¿Es este el momento en el que se troncharán los huesos? ¿Es hora de caer y quedar muerto como la preciosa serpiente? Pobrecita...". Pensaba alejado de mí mismo.

He llegado de algún modo a la casa y pareciera que algo maligno palpita en cada hueso del pie y la rodilla. No quiere dejar de doler.

La cabeza es una caldera en sobrepresión intentando gestionar todo ese dolor y miedo.

Intentando controlar el metabolismo para cortar este sudor frío que se desliza por la nuca.

Cuando te das cuenta que morir es liberación y enciendes un cigarro sin que te tiemble el pulso, sin que importe nada; el dolor parece decir: "No importa que me ignores, estoy en el tuétano de tus huesos y ocupo la mitad de tu pensamiento".

Yo digo: "Morirás conmigo".

Y el muy zorro calla con un silencio rematado con un trallazo de dolor lento y profundo, como una marea oleaginosa que te hunde dulcemente, que suavemente te ahoga.

Se ha hecho tan importante, tan peligroso en su presencia el dolor, que el día que no lo sienta, sabré que estoy muerto, aunque me vea sudando y fumando.

Pobre serpiente... Qué dolor al morir, lo imagino como si reptara yo con mi pierna muerta por la tierra.

No hay justicia, ella era muy pequeña. Pesaba apenas nada, no podía molestar ni a la tierra por la que se arrastraba.

El ibuprofeno es como un petardo con la pólvora mojada, lo trago porque algo he de hacer mientras la vida duele.

Siempre lo supe: la vida es dolor.

No hay mucho que celebrar, empieza a ser tentador dejar de vivir.




Iconoclasta

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