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22 de noviembre de 2015

Dolor en el cielo y en la tierra


Se ha desprendido un trocito muy pequeñito de una gran nube, dulcemente...

No lo hagas, no pienses, no imagines.

Y se ha deshilachado, como si muriera. Se ha evaporado apenas se ha separado de su mamá. Como un cruel accidente que te mata un hijo en una décima de segundo.

No mires el cielo, no sueñes. Pisa la tierra fría, siente el dolor de las fibras de tu carne, las que no sabías que existían y ahora enumeras en cada paso. Céntrate en el dolor de los tendones metálicos que agreden la carne que los envuelve. No añadas tristeza al dolor. Concluir cosas duele más que la carne negra que te cuelga en cada paso.

La madre ha gemido. Por favor... Me doblo de tristeza. ¿Nadie oye el atroz dolor de madre nube?

Esto  no tendrá final feliz. Sube, no desciendas más, estamos a tiempo, escritor. No tenemos que pasar por esto, mira el río y oye su sonido de vida.

¿Sabes qué tiene en común el universo y la tristeza?

Pablo, calla... Por lo que más quieras.

Que son infinitos y profundos. Y no hay consuelo.

Es autodestrucción, no es legal lo que estás haciendo.

Era muy pequeñita, solo quería volar solita un rato. Ha muerto sin haber hecho nada malo. Ni siquiera ha llovido una lágrima sobre la tierra.
Tan pequeña y tanta muerte...

Las nubes no mueren, no sigas por el camino de la aflicción. No hay dolor en ello, lo construyes tú.

Madre nube se ha detenido en el cielo para llorar la muerte de su hija, es la única inmóvil entre los altos vientos invisibles de color azul ektachrome. ¿Será por eso que a veces llueve? ¿Llueven sobre nosotros lágrimas?
Es lo más triste que pudiera imaginar.

Los universos que creas nos hacen daño. Debes no pensar. Hay canciones, hay cuadros, libros y películas por los que vale la pena sonreír. Es  solo una puta  nube y estás un poco cansado del dolor. Tranquilo, llegamos a casa y descansamos, ponte los auriculares y escucha música; pero no te escuches a ti mismo.

Esa nube es ahora un vapor de pura desolación, lo sé porque me duele el corazón. Aquí dentro en el pecho, profundo como universo y tristeza; donde no puedo acariciarlo para consolarlo.
Sé lo que siente mi nube, porque me ha abofeteado la muerte de lo amado y soy padre y soy hombre y soy finito y una parte de mí es agonía, la muerte me tatuó su color.

Pablo... Hablar de muerte es pedir muerte. Das miedo, escritor.

Percibo el horror de madre nube en su pérdida y he sentido el pánico y la incomprensión de la pequeña al morir rápida, rápida, rápida...
La más cruel de las sorpresas.
No existe tragedia mayor.

Deja que cada cual y cada cosa sufra, no nos importa, no importamos a nadie.  ¿Qué más da una puta nube? Estás sobreactuando. ¿No te das cuenta? La imaginación es enfermedad cuando duele tanto, ¿lo sabes, verdad? Eres frío bajo el dolor que te dobla. En el fondo quieres morir, inventas más pena para escapar del dolor real. Eres un tramposo constructor de la desolación.

¿Qué ocurrirá cuando se desprenda mi pierna? Cuando se pudra y se evapore entre  tierra y hojas muertas. Porque no quiero que nadie me vea mantener el equilibrio, a saltitos sobre una pierna, con la pena que siento por la tristeza de la nube.

Vuelve, sube de nuevo a la conciencia de lo táctil. Las nubes no mueren, no viven. No son madres, ni hijas. No busques el premio Nobel de la Muerte.
Vamos a casa y llama a una puta. Sufre, mortifícate mientras te cabalga, mientras te la mama, como un escritor maldito, como hacen todos.

Somos un noventa y cinco por ciento de agua que se evapora, el resto es desolación. Cuanto más evaporamos, más devastación somos. Las matemáticas son trágicas también. Todo es trágico mirando el  cielo y la sangre invisible de nube hija.

Cierra los ojos, pues.

Hay un frasco de pastillas antitristeza en casa, hay quince dosis de antitristeza en un frasco de plástico etiquetado como "salida de emergencia". Cuando llegue a casa las tomaré brindando  por la breve vida de tu hija, nube de la pena. Estoy cansado, majestuosa doliente. Voy con tu pequeña, alguien debe hacer algo para variar.

Lo sabía. He sabido que no podía acabar bien en cuanto te has quitado las gafas de sol mirando al cielo. ¿Es hora de morir, verdad?

Sí.

Mierda.




Iconoclasta

2 comentarios:

Mónica Beatriz Correa dijo...

Pablo..., quiero escribir un comentario pero no sé qué coherencia puede tener tanto bombo en mi corazón después de la lectura de tu poema.
Tartamudo, mi pulso quiere escribirte algo y será así deshilachado y de duelo por esa nube madre, por esa niña nube que cayó al vacío como una lágrima y te empapó de muerte y me empapó de muerte ,y por primera vez sentí que tal vez la lluvia no es agua sino un montón de lágrimas...Y que no puedo pedir ser piedra o viento para escapar del dolor al que tanto temo. Porque la lluvia sufre, porque no hay nada en este nuestro mundo que no sienta. Sólo la muerte, quiero creer , termina con el placer y el dolor, pero qué audaz hay que ser para estar vivo...En el último año de su vida, mi papá decía: " No es tan fácil morirse como se cree! Y le brillaban los ojos alejando a su muerte. Mónica Beatriz Correa.

Iconoclasta dijo...

Como si fuéramos una cuerda que ha girado demasiado hasta deshilacharse y dejar indefensas las hebras. Y nos mojamos y rompemos.
Está bien, Mónica. Deshilachados, cansados, agotados de sujetarnos a nosotros mismos. Y el dolor siempre cada día en forma de tristeza, de sueños incumplidos, del tiempo que se escapa rápido.
Hay tanto tiempo que nos falta vida.
Estoy de acuerdo con tu papá: no es nada fácil, Mónica.
Gracias por la réplica, por pensar en voz alta entre estas imágenes.
Un abrazo.
Gracias.